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Atocha, de lo que pudo ser y no fue

Doce minutos en 1943 pudieron cambiar la historia en un partido que acabó 4-4 y que nos remonta a las raíces de un Real Valladolid que aspiraba a abrirse un hueco en la élite

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Pensar en cómo los pequeños detalles pueden cambiar la Historia, nuestra historia. Ese balón al palo en un 0-0 que podría suponer la permanencia. Esa mano en el descuento que lleva a un penalti decisivo para ascender. Ese gol que no fue, el fallo que penalizó, los puntos necesarios que se esfuman en un abrir y cerrar de ojos sin saber bien cómo ante un rival directo. El fútbol está repleto de anécdotas, casualidades y circunstancias, tanto a favor como en contra. El Real Valladolid, a lo largo de sus casi 100 años, ha sido protagonista de grandes alegrías y profundas tristezas provocadas por esos efímeros instantes capaces de cambiar el devenir.

Una de esas amargas caras de la moneda nos remonta a 1943. 82 años atrás en el tiempo, a un 21 de marzo de unos años oscuros, de una España en carne viva, de una Europa que se desangraba entre los horrores de la guerra. El Real Valladolid ambicionaba su primer ascenso a lo más alto del fútbol español, desde su creación en 1928. Estaba cerca de conseguirlo. En la primera fase en su grupo de Segunda había finalizado en segunda posición, un punto por encima de la frontera, lo que suponía el pase a la liga de promoción. Era la temporada 1942-43, con Esteban Platko en el banquillo, y se jugaba por un sueño.

CD Sabadell, Real Sociedad, Real Sporting de Gijón, SD Ceuta y Xerez Club eran los rivales. Seis equipos, dos plazas en la élite, una más que daba acceso a un partido decisivo. Diez partidos por delante. 

Estamos en enero de 1943. De los seis, solo la Real Sociedad sabe lo que es competir en la máxima categoría. De hecho, es el favorito. Antes de la guerra siempre había sido de Primera. Los otros cinco no conocen aún el sabor de esa miel. Uno de ellos sigue sin conocerla, lo que habla de la trascendencia del momento. Los blanquivioleta arrancan con empate 3-3 en Gijón, victoria en casa ante el Sabadell, derrota en casa ante la Real -en un partido que cambió, ese efecto mariposa, la vida de Eduardo Chillida, prometedor portero donostiarra que se lesionó de gravedad en un choque con el delantero Sañudo, lo que permitió revolucionar la escultura nacional gracias a su talento eterno-. Se cae con contundencia ante el Xerez y no se pasa del empate en casa ante el Ceuta. El sueño queda lejos, febrero ya se acaba.

Pero se gana ante el Sporting en casa y el equipo vuelve a la lucha. Dos puntos el triunfo, uno el empate. La igualdad es máxima. La séptima jornada se cae 2-1 ante el Sabadell, que se posiciona como líder sólido. La prensa del momento habla de "la gran Ocasión" desaprovechada. Y llegamos al partido de Atocha, a eso que pudo ser y no fue. A aquella jornada de domingo en uno de los campos míticos del país. Un campo que puede recordar al viejo Zorrilla, por su morfología. La visita al que comenzó como principal favorito al ascenso. 

A falta de tres jornadas, de seis puntos, Sabadell es líder con 10. Gijón suma 8, Real y Ceuta 7, Pucela con 6, cierra el Xerez con 4. El partido en San Sebastián es clave. El reto es mayúsculo.

Pero la ilusión blanquivioleta nunca se pierde. El inconformismo de un equipo, de un Club, de una ciudad. Firme ante la adversidad. Lozasoain anotó el 0-1 en el minuto 9. Igualó Terán en el 20, pero Quetglas recuperó rapidísimo la ventaja, un minuto después, 1-2. Menéndez antes del descanso elevó la esperanza al 1-3. Eran dos puntos tan tan valiosos... pero doce minutos en la segunda parte tumbaron en la lona a los castellanos, esa ambición, esa esperanza. Ontoria, Terán y Unamuno llevaron, entre los minutos 75 y 87, el marcador al 4-3. A pesar del durísimo golpe, Lizosoain logró salvar el empate con el definitivo 4-4 en el minuto 89.

¿Qué habría sido de haber ganado ese partido? Es jugar a construir hipótesis, es imposible saberlo.

De lo que sí hay certeza es del resultado final de esa liga de ascenso. Sabadell con 13 puntos y Real Sociedad con 12 fueron equipos de Primera. El Pucela, a pesar de ese revés en Atocha, ganó los dos últimos partidos y clasificó como tercero con 11 puntos, uno por encima del Spoting. Eso daba derecho a disputar un partido definitivo, una suerte a 90 minutos, frente a uno de los equipos que ocupó la zona baja en Primera esa temporada. El Granada esperaba para esa moneda decisiva. Les Corts, en Barcelona, fue el escenario elegido. Una última bala. Un último aliento para que Valladolid celebrase en unos tiempos donde la felicidad era privilegio de muy pocos. 

Ese partido se perdió 2-0. Y, aunque tampoco lo sabemos, posiblemente muchos aficionados vallisoletanos recordasen aquel 18 de abril lo que había pasado el 21 de marzo en Atocha.

Pero el carácter castellano no es flor de un día. Trabajo en silencio, perseverancia discreta. Vinieron años deportivamente malos después, con el descenso en la 43-44. Años de recomponerse para volver a pelear por el sueño, para cimentar el futuro. Y, como después de cada tormenta, siempre escampa. El Real Valladolid recuperó la Segunda División tras su ascenso en la 1946-47. Antonio Barrios era el líder de ese vestuario, desde el banquillo. Con él llegó eso que el Club, que la ciudad, que toda la provincia, persiguió tanto tiempo. En la 1947-48 el Pucela acabó primero. Los blanquivioleta eran, al fin, equipo de Primera División.

 

Fotografía: el Estadio Atocha, en los años 40 | El Diario Vasco