En la madrugada del domingo 28 al lunes 29 de agosto de 1949, a las 01:15 horas, el autocar del Real Valladolid que regresaba con la expedición blanquivioleta de Pamplona, donde el Pucela había jugado un amistoso en el campo de San Juan ante Osasuna (0-3), a Valladolid fue arrollado y arrastrado durante unos 150 metros por un tren de mercancías en Vegafría, en un paso a nivel abierto por un error humano.
Entre el caos y un amasijo de hierros se erigió la figura del masajista Ayala, el herido más grave, que tuvo el coraje de atender a los heridos hasta que perdió el conocimiento. “Hacemos constar que el schok (sic) hemorrágico que padece el masajista señor Ayala fue debido, según las informaciones de los demás lesionados, a que hasta que sufrió un síncope de anemia siguió asistiendo a todos los accidentados sin haberse atendido él mismo de su lesión”, según firmaron en su informe don Antonio Ximénez de Torres, doctor del Real Valladolid Deportivo, y don Pablo Hernández Redando, doctor de la Mutualidad de Futbolistas Españoles.
La expedición blanquivioleta, que estuvo a punto de pernoctar esa noche en Vitoria, donde cenaron, estaba compuesta por 21 personas: 14 jugadores (toda la plantilla excepto el defensa Soler, lesionado en el entrenamiento previo, el portero Froger y el delantero Chaves), el entrenador Antonio Barrios, el directivo-delegado Ernesto Llames, el encargado de material Tomás Martín, el masajista Eugenio Ayala, el conductor Gregorio Herguedas y su ayudante Mariano Martínez; y el redactor del Diario “Libertad” Ángel Álvaro “Alvarito”, que se trasladó para dar información de un amistoso que iba a ser el ensayo general para el debut liguero, en Zorrilla, una semana después, ante el Atlético de Madrid.
Lo que pudo ser una verdadera tragedia quedó en un susto tremendo. Sólo Ayala, Tomás Martín y el conductor Herguedas resultaron graves. El resto, con más o menos contusiones y heridas, salieron bien parados para lo que podía haber pasado.
El Diario Regional de Valladolid destacaba en uno de sus titulares que “en un principio se creyó que la catástrofe era similar a la del Torino”, cuando unos meses antes, el 4 de mayo de 1949, el equipo de Turín, por aquel entonces considerado el mejor del mundo, sufrió un accidente aéreo en el que no hubo sobrevivientes, incluyendo la muerte de 18 futbolistas. Por fortuna, no hubo similitud alguna. El Real Valladolid había vuelto a nacer.
Por supuesto, el partido ante el conjunto colchonero, fijado para el domingo 4 de septiembre, se aplazó. En su lugar, “fue ofrecida por el Real Valladolid Deportivo una misa de acción de gracias en el altar de la Patrona de nuestra ciudad, en la santa Iglesia Metropolitana, con motivo de haber resultado lesionados los jugadores en el accidente automovilista-ferroviario, que por las circunstancias que concurrieron tiene algo de providencial al no ocurrir una catástrofe”, recogía el Diario “Libertad”.
Al día siguiente, el lunes 5 de septiembre, el equipo reanudó los entrenamientos, con las únicas bajas de Revuelta, Vaquero y Lesmes I. Y al domingo siguiente, el 11 de septiembre, el Real Valladolid ya pudo debutar en el campo de Heliópolis ante el Sevilla, donde no sólo cumplió, sino que consiguió la primera victoria de su historia fuera de casa por 2-3 (la temporada anterior, la de su debut en la División de Honor no pudo ganar un solo partido de forastero).
Testimonio
Un relato de lo sucedido fue recogido por El Norte de Castilla en su edición del martes 30 de agosto. El secretario del Real Valladolid relataba lo sucedido: “Entre dos y media y tres de la madrugada nos llegó el aviso de que el autocar del Real Valladolid había sido alcanzado por una máquina en el paso a nivel denominado Villafría, distante ocho kilómetros de Burgos. Inmediatamente, en unión del vocal señor Fernández San Antonio y del doctor Lozano, nos trasladamos al lugar del suceso, después de pasar por una serie de dificultades para encontrar en Valladolid coches, dificultad que se solucionó en la estación, donde nos facilitaron dos taxis, en unión de otros dos que don Gaudencio García puso a disposición del club.
El autocar, aunque apenas penetró en el paso a nivel, fue alcanzado en su parte delantera, arrastrándote unos 150 a 200 metros, sufriendo el vehículo grandes desperfectos. La impresión producida entre los jugadores —la mayoría venían descansando— fue enorme. Según me informaron, les daba la impresión de ir cayendo por un terraplén. Nadie acertaba en medio de aquel confusionismo a abrir las puertas, y hasta hubo algún jugador que intentó arrojarse por las ventanillas. Pero la serenidad se impuso en todos. Barrios y Ayala, a pesar de encontrarse heridos de alguna gravedad, atendían solícitos y con gran energía a sus compañeros.
En una camioneta que pasaba por el lugar del suceso fueron trasladados los heridos a Burgos, siendo éstos solícitamente atendidos en la Casa de Socorro y Cruz Roja de dicha capital. Al tener conocimiento del accidente, el doctor don Tomás Rodríguez, persona destacada en los organismos deportivos burgaleses, se personó inmediatamente en los centros citados, auxiliando a los heridos de manera eficacísima, dando cuenta el mencionado doctor a la Federación Española de Fútbol del suceso.
A resultas del accidente -nos continúa diciendo el señor Moreno- cinco ocupantes del autocar resultaron con heridas graves y otros varios también con heridas de consideración.
El entrenador, señor Barrios, fue en busca del encargado del paso a nivel, con el fin de que comprobase que estaba abierto; pero parece ser que al darse cuenta del accidente huyó a través de unos huertos, siendo, según noticias, detenido cerca de las diez de la mañana”.
Información de agencia
La información del corresponsal en burgos de la Agencia de noticias Cifra, fue la siguiente: “BURGOS, 29 de agosto. De madrugada ha sido arrollado por un tren el autobús que conducía desde Pamplona a Valladolid al equipo del Real Valladolid Deportivo. Un convoy de mercancías descendente se precipitó sobre el vehículo en que viajaban los jugadores vallisoletanos en el paso a nivel de Vegafría, último que existe en la carretera de Francia a la entrada de Burgos. El autobús quedó empotrado en la parte anterior de la máquina del convoy, arrastrado por ésta más de 150 metros, hasta que el maquinista pudo detener el convoy.
Todos los ocupantes del vehículo, excepto los jugadores Rafa y Ortega, resultaron heridos, entre ellos varios graves y más de doce personas con lesiones de pronóstico reservado y leves. Sufren lesiones graves los jugadores Saso, Vaquero y Goyo, el directivo señor Llames, el masajista Ayala y el chófer, Gregorio Herguedas; de pronóstico reservado, el entrenador Barrios, los jugadores Francisco Lesmes, Babot, Revuelta, Peralta, Aldecoa y Ortega; de menor importancia, el periodista Ángel Álvaro, redactor del Diario «Libertad», y los jugadores Rafael Lesmes, Coque y Lasala. El ayudante del conductor, Mariano Martínez Ramasco, que sufre lesiones de pronóstico reservado, salvó la vida milagrosamente, pues al ocurrir el accidente salió despedido del vehículo y cayó sentado en la plataforma de la máquina del convoy, donde permaneció hasta el momento en que el tren detuvo su marcha a 150 metros del lugar del suceso, como ya se dijo.
Inmediatamente, los heridos fueren conducidos en diversos vehículos a la Casa de Socorro de Burgos, donde fueron atendidos de primera intención, operaciones que duraron hasta ya iniciado el día. Posteriormente fueron conducidos todos ellos a la Clínica de la Cruz Roja y a mediodía, después de la llegada a Burgos de diversos directivos del Valladolid y del doctor Lozano de aquella ciudad, en ambulancias, fueron conducidos los jugadores y acompañantes a la capital vallisoletana. El guardabarrera encargado de la custodia del papo a nivel ha sido detenido por la Guardia civil y puesto a disposición del Juzgado”.
Testimonio "oficial"
El periodista “Zoilo”, del Diario “Libertad” ofreció el mejor testimonio de lo ocurrido a través de una entrevista al directivo Ernesto Llames, uno de los pasajeros del autocar. El artículo completo fue éste:
Faltan solamente seis días para que se abra el Estadio. En las peñas y círculos deportivos, después de la pausa del verano, se comenta y se espera la fecha inicial del comienzo de la Liga. Y he aquí que cuando nuestro Real Valladolid Deportivo, en su afán de perfilar el equipo y para corresponder también a las simpatías que en Pamplona cuenta, había concertado un encuentro amistoso con el Osasuna, al que, según las noticias de ayer, venció con facilidad; a su regreso a nuestra ciudad, al filo de la media noche, en un paso a nivel de un pueblo obscuro, modesto y triste, Vegafría, un servidor de aquel peligroso paso deja libre el acceso al coche que conducía a los jugadores, entrenador, delegado y demás personal, y cuando ya había atravesado el coche la vía de los trenes ascendentes, y un mercancías descendente embiste al coche y como prendido de la máquina le arrastra más de doscientos metros.
La noticia llega a Valladolid a las tres de la mañana. La impresión es dolorosa. Se habla de varios heridos graves. Suenan nombres de jugadores. Y la ciudad recoge en sus primeras horas un estado de ansiedad que hace denso el ambiente durante el día. Las pizarras de los periódicos aclaran algo las primeras noticias. Parece que, por fortuna, el expediente no reviste la gravedad que en los primeros momentos se creyó y que se temía, porque siempre son catastróficos esos atropellos en los pasos a nivel. La redacción es un hervidero. Aficionados, socios, seguidores del equipo preguntan noticias. Inquieren detalles. El teléfono suena tenazmente. Hay que cortar la comunicación para atender a las llamadas interurbanas, pues el Valladolid cuenta con muchas simpatías en las provincias limítrofes.
Y entonces el redactor-jefe, para saciar ese estado de ansiedad, para servir esos intereses del público y de la afición de Valladolid, coge un papel, una pluma enana que apenas se le ve en la, mano y señala al lado del nombre de cada redactor el de una persona a la que hay que visitar para que cuente y diga noticias del accidente. Cuando me enseña el papelito, me acuerdo del Sábado de Gloria. Entonces también todos los redentores hemos de atender a una sola sección, la de espectáculos. Y hoy la actualidad reclama que yo vuelva a ser el «Zoilo» que les daba a ustedes cuenta de los partidos del Alas.
De delegado del Club, Ernesto Llames, ha ido a Pamplona, me dicen. Creo que está ya en su casa, aunque mal herido. Necesito que le veas.
La tarea es fácil. Llames, muy hecho a las cosas de fútbol, muy en contacto ron la prensa, llano, sencillo, cordial, amable, nos recibe en una salita coquetona, sentido en una gran butaca y con la cabeza completamente vendada. Le damos un abrazo, le felicitamos por el éxito futbolístico. Y también nos congratulamos de su buena suerte, porque el accidente pudo tener fatales consecuencias.
No sabes —nos dice— la impresión que nos causó a todos. Y el caso es que nos considerábamos —los que veníamos despiertos— incapaces de remediarlo, porque al dar la vuelta al paso a nivel y ver éste abierto, el chófer se adelantó a cruzarle, y cuando habíamos atravesado ya la primera vía, se nos vino encima un tren de mercancías, cuya máquina, como empitonándonos por la parte del motor del coche, nos arrastró, no voy a decirte la distancia, pero sí el tiempo incalculable y angustioso que transcurrió hasta que pudo parar el convoy. Mientras tanto, el ruido dentro del coche, los sustos, el sobresalto de los que venían dormidos, las maletas rodando y el ruido de cristales, me hizo pensar en un desastre tremendo.
Cuando paramos, yo sangraba por la cabeza abundantemente; Ayala, a mi lado, tenía también una gran hemorragia y se hallaba en el fondo del coche tumbado y echándose mano a la rodilla. De mis oídos no se apartaba el grito de algunos de nuestros compañeros de viaje, que llamaban al maquinista del tren, pidiéndole que parase.
Por una ventanilla del coche salté a tierra y me dirigí corriendo a la casilla del guardabarrera. Allí no estaba el servidor de ese paso estratégico. Tan estratégico, que, en aquel momento, y siendo la hora que era, se juntaron allí cuatro coches, cuyos ocupantes nos auxiliaron. La familia del servidor del paso a nivel manifestaba, aturdida, que no sabía dónde estaba. Y cuando pretendíamos desahogar en la persona del causante de nuestro accidente nuestras iras, el maquinista del tren que nos había arrollado se da cuenta que el sudexprés puede llegar por la otra vía y se lanza camino adelante a poner unos petardos con que llamar la atención del expreso, que ese sí que hubiera terminado con todas las ansias de superación de nuestros muchachos y hubiera truncado las ilusiones de un club, de una afición y de una ciudad.
—Entonces, amigo Ernesto, ¿crees que no ha sido nada el accidente para lo que pudo ser?
—Sin duda ninguna. Yo creo que la Providencia nos ha amparado y casi puedo decirte que considero insignificante lo que ha -pasado y lo que hemos padecido, en intensidad, principalmente.
—¿Y cómo os apañasteis en esos primeros momentos de confusión?
—Los que menos susto tenían y algunos que no padecía más que magullamiento o dolor, cogieron el botiquín nuestro y con él nos asistimos en aquel lugar, que estaba oscuro como boca de lobo. Poco después llegó un autocar de turistas. Les hicieron bajar a todos y nos transportaron en segunda a Burgos, de donde estábamos a seis kilómetros. En la Casa de Socorro, el médico y el practicante de guardia nos hicieron las primeras curas. A Ayala le dieron varios puntos en la cabeza, y a mi creo que me han dado ocho. Tengo rasguños por todo el cuerpo. Babot parecía un fenómeno con la cara hinchada del golpe. Vaquero se quejaba de fuertes dolores en la cadera. Peralta chorreaba sangre de la mano izquierda... Y así todos, poco más o menos, todos. Pero claro es, esta es la primera impresión. Supongo que a estas horas les habrá visitado a todos el médico del Club y le sabrá hecho radiografías para ver si existen lesiones, que bien pudiera ser.
Y ya en Burgos, y después de curados, nos llevaron a nosotros a la Cruz Roja y allí un médico, que creo que tiene algo que ver con la Burgalesa y que nos prodigó muchas atenciones, vio la primera cura, que encontró perfecta; dio el parte facultativo, que supongo sabréis ya por las agencias, y estuvo con nosotros hasta que llegaron de Valladolid el secretario, Victoriano Moreno; el médico Fernando Lozano, y otras personas, quienes nos trajeron a Valladolid en varios coches de turismo.
—¿Hubo serenidad por parte del conductor del coche?
—Perfecta. Pero era irremediable. Ya no podíamos volver atrás y, si seguimos, creo que hubiera sido peor, morque nos hubiera dado el topetazo en el centro del coche, que era donde yo venía y precisamente buscando el crucifijo de mi rosario, que acababa de rezar y que se me había caído.
¡Ah! ¡Eso es muy interesante! ¡Un delegado del club que se preocupa de rezar en el camino, pidiendo protección divina para él y los que le acompañan bajo su dirección! ¿Qué extraño es, pues, que la Providencia se haya apiadado de todos y les haya conservado la vida? Porque, efectivamente ha sido providencial, como bien decía el amigo Llames, que no hubiera habido que lamentar desgracias irreparables.
—¿Alguna anécdota del viaje?
—Pues sí, chico, que lo he meditado mucho después de ocurrido el accidente, porque alguno de los muchachos quería que pernoctásemos en Vitoria, donde cenamos. Ya habíamos intentado quedarnos en el hotel Frontón y pedimos habitaciones desde Pamplona, pero no había. En vista de ello, dispuse que siguiéramos viaje después de cenar, con el fin de llegar a aquí a las tres y media de la mañana, y así podían todos descansar y yo atender a mi trabajo.
Al terminar de cenar, alguno insistió en que si no nos quedábamos en Vitoria. Ante las dificultades de alojamiento, yo decidí continuar el viaje... Y... ya ves, me equivoqué, pero Dios nos ha ayudado a todos.
Un abrazo estrecho sella nuestras palabras y al agradecer al inteligente delegado del club su amable charla, le deseamos un pronto y total restablecimiento, que sí le tendrá, porque es hombre de esta Castilla parda y austera y cristiana.